Un día sin pensarlo, en medio de
la ceguera y decepción que traía, emprendí un viaje, uno que hace mucho quería,
que pocos entendían, uno peligroso, lleno de tropiezos, de juzgamientos, de
moralismos y de censura, uno al que la gente le teme pero que sin embargo, con valentía,
yo decidí iniciar, tome mi mochila la vacié de los prejuicios, la llené de
motivos, abrí mis ojos y salí a recorrer lo que no conocía.
Camine primero por un suave,
sedoso y largo pasaje, lleno de raíces que parecían finos hilos, era frondoso,
limpio, tranquilo, tan especial que fui hasta el final y volví, luego pase por
los gemelos, si, así los llame, dos preciosos miradores deslumbrantes, únicos,
perfectos, eran tan iguales que no quería dejar de observarlos, cada uno
llenaba mis ojos de paz, ternura, alegría, sensibilidad, amor, era algo magnético,
hechizante.
Caminé a través de una montaña
pequeña, de poca extensión pero sin comparación, puedo decir que era la más
exacta que se pueda encontrar, libre, delicada, extrema, llena de aire y
vientos refrescantes, ella sin imaginarlo me llevo a una cueva, la más
exquisita que se pueda visitar, la disfruté mientras la vi y pasé por allí, con
un solo toque me bastó para llenar mis sentidos de mucha satisfacción, escuchar
su eco y deleitarme con su color rojo como el de una rosa de verano, fue lo
mejor, parecía irreal, tan mágica que quería disolverme en ella y aparcar ahí
mi tienda, sin embargo había que seguir y a otro lugar partir así que tomé rumbo y me guié por una bajada directa y excitante, hacia lo que considero yo,
la octava maravilla del mundo, dos volcanes idénticos a punto de estallar, se
notaba en ellos la fuerza y pasión de la naturaleza, eran agradables a la vista
de una simple amante del arte como yo.
Todo era tan hermoso que decidí
caminar a paso lento y disfrutar así un poco más de cada cosa que veía, era la geografía
más bella que había recorrido.
A solo unos centímetros de distancia
y de bajada, estaba el desierto más angelical del que haya disfrutado, lo tenía
todo aunque no tuviera nada, plano y sencillo pero justo y necesario, un hoyo
en su mitad… ¿Real? no lo sé pero lleno de lo básico para seguir: mojó mis
labios y calmó mi sed.
Paso tras paso llegué a lo
indescriptible, a lo inimaginable, al punto de invención de la magia y el amor,
del calor y la pasión y es por esto que no lo relato, no hay adjetivo
pronunciado que se iguale a lo que vi y sentí, ni siquiera con el paraíso se
los puedo comparar pero así al menos una idea les puedo dar.
Continuando ya extasiada, y con
mis neuronas enamoradas, llegue a los rieles de la seducción según mi definición,
dos puentes precisos, sencillos, encantadores, placenteros y sublimes, anormales
ante la normalidad de mis ojos y divinos ante lo mundano, tenían que ser el
final del recorrido, no podía ser más que eso, el final de lo que
considero un paisaje perfecto, una ilustración a lo ideal, la obra de arte del
pintor, la nota indicada del músico, la musa perfecta a toda inspiración.
Así fue, seguí el camino, lo
disfruté, lo descubrí, sin moverme y con mis ojos llegué a lugares excitantes,
extremos, delicados, sencillos, llenos de perfección y saturados de amor,
simplemente la naturaleza me regalo la visión más perfecta de su creación: la
mujer en toda su expresión.
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