Eran las 10 de la mañana, hora
justa para empezar el juego, dos equipos, un ganador. El primero vestía
camisetas negras, mientras el segundo vestía de blanco, así era como lo habían
estipulado antes de ingresar al terreno de juego, eran once amigas ahora
rivales por el espectáculo del gol.
Comienzan las blancas, su
delantera Tatiana toca el balón a su compañera Johana, mientras las demás se
acomodaban para recibir el balón. Angie del equipo negro, sale corriendo para
el contra ataque, pero con tan mala suerte que el balón ya no estaba en poder
de su oponente, la jugadora del equipo blanco había resultado ser más hábil al
pensar en rodar el balón antes de ser atacada.
No era un juego de millones, no
iban a ganar nada, solo estaban ahí, para hacer deporte, para emocionarse con
sus jugadas, para celebrar que ellas también podían ser parte de la sociedad “normal”.
Transcurrían los minutos y ambos equipos daban la pelea, parecían
jugando un campeonato de la profesional, la gente alrededor se acercaba a
verlas, muchos criticaban, murmuraban y daban media vuelta con un gesto de desaprobación, otros, por el contrario, se animaban, y aunque con cierto recelo por ser mujeres, compraban una cerveza y se disponían
a ver estas chicas de diferente aspecto a jugar el fútbol como los expertos.
Eran ya las 10:30 de la mañana,
no habían goles pero aún quedaba tiempo, las chicas de uniforme blanco tenían el
balón, Luisa corría con éste a través de la cancha, iba por el lado izquierdo,
viene su oponente, la intenta marcar, pero Luisa, hábil con la pelota, saca un
enganche y sigue derecho, alza la mirada y logra ver a su compañera de equipo
bien posicionada, pasa el balón y en una media vuelta, Tatiana, logra la primera
anotación.
Los asistentes al partido gritan
saltan y como en una copa mundial, celebran sin parar, los incrédulos y déspotas dibujan una pequeña sonrisa, intentándola disimular con comentarios ofensivos o de burla hacia lo que suceda, pero a pesar de esto la fiebre se contagiaba, todo el equipo
blanco brinca sobre Tatiana, la delantera que marcó este primer gol, y la
tumban en el césped falso de aquella cancha sintética, mientras ella en un
intento por escapar de la montonera, solo se empieza a reír.
Medio campo y otra vez están listas
para empezar. 10:45 de la mañana, bajo un sol que encandecía la mirada, esta
vez son las del equipo negro quienes comienzan el juego, Lorena toca el balón a
su compañera e intenta adelantar marca para recibirlo de nuevo, una barrera
intentaban hacer mediante el toque, pero se vio interrumpida cuando la defensa
de las blancas, muy atenta a la jugada, intercedió el esfero y cortó toda
posibilidad de llegada de su oponente.
Seguía el paso del tiempo y ya se
notaban cansadas, llevaban una hora y quince minutos jugando sin descanso,
algunas habían arrimado a las mallas a pedir un poco de agua mientras el resto seguía
la disputa por el balón, faltaban quince minutos para cumplirse lo debido en
esa pequeña cancha del barrio San Luis que habían conseguido prestada, el dueño
ya estaba rondando con mala cara para darle fin a ese momento lleno de alegría que las 11 mujeres
disfrutaban.
Andrea, jugadora del equipo negro
levanta la mano, está en el piso cogiéndose la canilla derecha, parece una lesión,
todas, tanto el equipo blanco como el negro, se acercan a ver que sucedió, Ella
levanta la mirada y con un gesto de gracia en su cara, saca una bolsa de agua
de su espalda y moja a todas las demás, mientras dice, riéndose, “ya que, ya perdimos,
acabemos esto y vamos a seguir disfrutando de nuestra compañía pero con cerveza
en mano”.
Once jugadoras, once mujeres,
once amigas, fueron las que esa mañana de domingo decidieron enfrentar al mundo
jugando un partido de fútbol con todas las agallas y el ánimo puesto, mostrando a la sociedad que las juzga que no se necesita ser hombre para disfrutar de un
buen compromiso deportivo.
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